Una linda tarde soleada, miles de personas con las ganas de ver a su seleccionado, Venezuela; que en pocos minutos volverá a jugar un partido de eliminatorias en el CTE Cachamay luego de cuatro largos años.
Desde las dos de la tarde los aficionados nacionales e internacionales se dispusieron a colmar el coso de Castillito. El primero era un torniquete donde revisaban los encargados de la seguridad, ahí no era permitido ingresar ni bebida ni comida, mucho menos objetos contundentes. De hecho a este redactor un oficial de seguridad no lo quería dejar entrar con un lápiz, entonces le pregunté ¿cómo escribo? Con los dedos, un periodista necesita un lápiz, se le acercó otro compañero y le dijo déjalo pasar, ese es su instrumento de trabajo.
Mientras todo eso sucedía, vi como a muchas mujeres les quitaban sus maquillajes (algo que no comprendo), a otras hasta latas de atún, panes y demás alimentos. Nadie se molestaba lo único que le importaba era entrar y disfrutar del cotejo.
Los ánimos se caldearon un poco cuando algunos colombianos querían meter una bandera con los colores de su país, los criollos se molestaron ya que a ellos no los dejaron meter sus trapos, hasta que llegó un guardia nacional y prohibió el ingreso, los cafeteros respondieron con gritos como “los trapos no ganan partidos, lo jugadores sí”.
Luego de ese anillo de seguridad había otro (el segundo de tres), allí volvían a pedir las entradas y los patrocinadores de la “vinotinto” aprovechaban para repartir su material POP.
Superado eso estaba el último, donde por fin los hinchas comenzaban a ver el gramado y el lugar donde se podrían sentar. Entregaban el boleto y se ponía fin a la travesía de cientos de metros que debían caminar.